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domingo, 28 de octubre de 2012

El patio de Don Artemio


Siempre tuve dudas de lo que pasaba en ese patio, pero no por el patio en si. Mis dudas recaían sobre el dueño del mismo, mi vecino, Don Artemio, un tano que se vino escapando de la guerra y se quedo en nuestras tierras para no volver.
Ahora de grande entiendo eso de venir a hacerse la America, pero no fue el caso de Don Artemio ya que en esos tiempos donde yo aun era purrete, este viejo tenia solo la casa, bastante modesta, y no mucho mas. Nunca se supo, o se le vio mujer alguna, ni hijos, ni nada.
En el barrio se comentaba que tenía una gran variedad de pájaros, que eso era a lo que le dedicaba su tiempo ahora que era jubilado.
Nuestro patio daba lateralmente al de Don Artemio, pero esos cinco metros que tocaban paredones, tenían un tapial altísimo, inusual, jamás volví a ver paredón de esa altura que separe la casa de dos vecinos. Calculo yo que serian 7 metros, quizá este exagerando dado el recuerdo a través de los ojos de un niño, que ven todo dos o tres veces mas grande de lo que las cosas realmente son.
La cosa es que yo no me creía eso de los pájaros, me pasaba tardes enteras pegado al tapial, escuchando los ruidos y esperando sentir algo. Sonidos de pájaros se escuchaban, eso no lo puedo negar, pero a mi no me cerraba.
Más o menos por el mismo tiempo que Don Artemio recibió la jubilación y se empezó a quedar en su casa, hubo en la cuadra, más bien en la manzana completa, una deserción de gatos. Al principio pensamos que el viejo los envenenaba para cuidar que no se le metieran en el patio e intentaran comerse sus pájaros, pero varios vecinos lo vieron acariciando gatos en alguna vereda, o jugando con Miguel, el gato capón que estaba siempre subido al mostrador del forraje del barrio, donde Don Artemio compraba la comida variada de sus supuestos pájaros.
Algunas veces le conté mis dudas a mi hermano Jorge, tres años mayor que yo, pero no hubo una sola vez que no se burlara y me mandara a hacer cosas de chicos de mi edad. “Deja de perder el tiempo en el patio y anda jugar afuera, todos los pibes están en la esquina” me decía, pero yo insistía, quería ver que pájaros tenia ese viejo, no entendía porque no había ese olor a bosta penetrante como en el gallinero de mi abuela, después de todo no debía ser tan diferente, eran aves.
Pasaron algunos años y entre cosa y cosa me fui olvidando de Artemio y de sus pájaros, mas nunca perdí la costumbre de pasar tiempo en el patio, me tiraba a leer en las tardes soleadas, armaba barricadas y escuadrones de soldados contra indios, jugaba a la pelota y varias cosas más. Teníamos varios árboles, me acuerdo del árbol de granadas, mi abuela había hecho un injerto con naranja, y el interior de la granada era de color anaranjado, muy sabrosa. Lo que nunca supe es si eso de los injertos era verdad, o me macanearon porque era pibe.
Una tarde decidí hacer limpieza en la parte de atrás, había una pila de escombros y algunas maderas que quedaron amontonadas después de cambiar unos tirantes del tinglado del frente de la casa. Empecé a separar la madera de los escombros como para hacer espacio, en eso que levanto por una punta un tirante, veo que se me viene una araña enorme hacia mi mano, solo atine a tirar la madera que fue a dar contra el tapial de Don Artemio, y como por arte de magia se formo un orificio que me permitía ver hacia su patio, un agujero en extremo pequeño, tendría un centímetro de diámetro, suficiente para mi propósito. Enseguida me atrapo la antigua duda y me dispuse a mirar para el otro patio, antes eché un vistazo hacia mi casa para estar seguro que nadie me controlaba, luego pegue el ojo al paredón intentando ver esos malditos pájaros, alguna jaula, al menos una pluma.
Para mi asombro lo único que pude ver fueron perros, no lo podía creer, eran perros, como podía ser que en todos estos años nunca se escuchara un ladrido, un llanto nocturno, tan común de estos animales.
Los días pasaron y descubrí que la cantidad exacta de perros eran siete, todos de tamaño mediano a grande. Ninguno ladraba, nunca.
Me empecé a preguntar de donde salían entonces, esos cantos de pájaros, ya que además de los perros no había nada más, nada, ni siquiera un árbol, esos pobres perros soportaban el azote del crudo invierno y las aplastantes soleadas de verano. Unos verdaderos gladiadores caninos.
Los empecé a estudiar con detenimiento, los observaba varias veces al día, no menos de treinta minutos por ves, eso me llevo a empezar a ver movimientos en sus bocas, mas bien movían los labios, yo no lo podía creer. Los que emitían sonidos de pájaros eran los perros!!! Una locura, pero a quien le iba a contar, bastaba con nombrarlo para que se decidieran a mandarme al medico de la cabeza, ya bastante por rarito me tenían, por pasar tanto rato solo en el patio.
En fin, lo importante era que ese viejo zorro les había enseñado a cantar como pájaros a los perros. Empecé a entender la deserción de gatos, cualquier felino domestico que bajara a ese patio no contaría el cuento,  esas bestias no correrían el riesgo de que alguien batiera en el barrio tamaño secreto, de perros que cantan como pájaros.
Un domingo me levante temprano, tipo seis de la mañana, cosa de no generar sospechas y me fui al fondo, a ver por mi agujero, que ya lo había agrandado un poco con un clavo oxidado que encontré en la pila de escombros. Los perros ya sabían de mi presencia, se acercaban a la pared y me tiraban aire caliente de la respiración, me olían, y hasta intuyo que me querían. Era como una amistad secreta. Al rato de estar con el ojo pegado, veo salir al viejo, les hizo un par de señas y los perros le trajeron dos gatos del fondo. Le tenían terror, ni bien se asomaba los perros agachaban el lomo y caminaban arrastrándose por el piso.
Todo era un engaño, los perros cazaban gatos para Don Artemio, ellos no los comían, se los comía el viejo. Esos perros corrían una suerte de esclavitud, trabajaban jornada completa para mi vecino, obligados a usar otro idioma, sometidos a la humillación de no poder ser lo que ellos querían ser, solo perros.
Con el tiempo descubrí que ellos solo comían una vez al día, un preparado tipo polenta que les daba Don Artemio por las mañanas. Agua solo les daba cada tres días, pero ellos ya habían aprendido a racionarla. Era sorprendente ver la capacidad de esos animales, como sobrevivían a tamaño maltrato, hacinados en un patio que no tenia mas de 40 metros cuadrados.
Uno de los perros ya sabia mis horarios, me esperaba al lado de la pared como pidiendo ayuda, con los ojos tristes y la mirada perdida en el negror de sus ojos. Nunca movió la cola, quizá eso también se los había prohibido aquel viejo ruin.
En mi cabeza empecé a entramar alguna solución para aquella tamaña injusticia, quería liberar a esos pobres animales, pero no se me ocurría como. No podía dejar de pensar en esos ojos tristes que me miraban desde el otro patio, contagiándome su angustia y su necesidad.
Una mañana, era domingo creo (aunque ya no recuerdo bien porque pasaba todos los días al lado de ese paredón, me levantaba antes de ir a la escuela para compartir un tiempo mas con ellos) un gato, negro como la maldición misma, se paseaba por el paredón en cuestión, pero no estaba bien, parecía envenenado o lastimado después de una riña nocturna. No se que otro gato podía haberse enfrentado a esta sombra de lucifer, que con solo mirarte sentías que te robaba el alma. La cosa es que estaba mal, largaba espuma por la boca y apenas se tenia en pie: Yo rogara que no cayera hacia mi patio porque no hubiese sabido que hacer. Luego de un rato, salto al patio de Don Artemio, yo fui como un rayo hacia el agujero que hacia de pasadizo visual y ahí lo veo, haciéndole frente a los siete, si, aunque no me crean, estaba casi al borde de la muerte pero ninguno de esos animales se atrevió a acercársele a menos de un metro de distancia. Y ahí se quedo el felino, acostado, a la espera de su muerte que no tardo en llegar. Pocos minutos después apareció don Artemio, con unos calzoncillos largos y unas chancletas que no resistirían otro verano. Les hizo una seña con la mano y los perros salieron disparados para el fondo del patio. Uno de ellos, el que me esperaba todas las mañanas, cruzo en el trayecto, una mirada cómplice hacia el agujero, como queriéndome decir algo. Luego se acerco al gato que yacía sin vida, lo agarro suavemente con su boca y se lo llevo al viejo.
La mañana siguiente me apresure a lavarme los dientes, fui corriendo al encuentro de aquellos que ya eran mis amigos. Esa mañana no hubo ruidos ni de pájaros, ni de perros, ya no había ruidos. Nada se movía en aquel patio vacío, la puerta de chapa oxidada estaba abierta de par en par pero no alcanzaba a ver desde mi ubicación. Salí corriendo hacia la vereda, había gente en la esquina y luces. Corrí un poco mas hacia ese lugar, en el frente de la casa del viejo Artemio había una ambulancia y muchas personas que hablaban y hacían señas.
Yo sabia que ese gato era la muerte misma, pero a su ves fue la salvación para aquellos siete perros, de los que nunca más volví a saber. Andarán por ahí ladrando, o cantando como pájaros. 

miércoles, 11 de julio de 2012

Entre Pares

Sonaban absortas las notas perdidas de una música lejana, la noche era dolorosa, una noche como tantas repetidas, de insomnio mezclado con dolores de cabeza, entresueños mezquinos, que solo poblaban la sala de angustia y oscuridad.

Aquel hombre decide sentarse en un borde de la cama, sin luz, y comienza a caminar por la casa con una extraña sensación, quizá la misma de aquellos que han perdido la visión, de ir a los tumbos por el lugar. Lejos de causarle miedo, esto le dio un sabor dulzón como de alegría, y empezó a desplazarse por todos los espacios de su vivienda intentando conectarse con cada uno de ellos, aprendiendo a deslizarse sin golpear nada, sintiendo la energía de cada rincón, que se volvía mágico sin luz, solo el espacio y su presencia. En algunos lugares tuvo ganas de llorar, lo invadía en el pecho un ardor agridulce, pensaba lo mucho que tenia y lo poco que disfrutaba, esto lo angustiaba aun más. Descubrió que era un hombre incapaz de disfrutar, no estaba en su esencia, no lo sabia hacer, y eso lo hacia muy infeliz.

Pensó que esa era una buena noche para cambiar, desde su interior, desde esa oscuridad que había hallado, para encontrarle luz a cada rincón, a cada espacio, a cada cosa. Supo también que esa no era una decisión tan liviana que con solo pronunciarla empezaría a gobernar la estadía de su cotidianidad, debía tomar el protagonismo de su vida para que ello sucediera, lo sabia, y esto lo asustaba. Ya vivió muchos años de la misma manera, naturalizando su cuerpo a la costumbre de los penares, no seria fácil cambiar cosas de un día para otro. Pensó en hacer de ello algo metódico, darse tiempo para atravesar esos cambios y hacerlos cuerpo, verse siendo de esta manera nueva que el suponía que le gustaría ser.

Se sentó de nuevo en la cama, siempre a oscuras, y recordó que ya hacia 8 meses, 8 largos meses que ella ya no estaba al otro lado de la almohada. Sus ojos se humedecieron nuevamente como tantas noches. Eso también debía cambiar y eso era lo que mas le dolía, se había acostumbrado a aquella dulce sensación de extrañarla, ya era parte de sus días (y noches claro).

Se recostó nuevamente y sin darse cuenta su mano se metió entre la funda de la almohada y sus dedos alcanzaron a tocar algo tibio. Su primera sensación fue de exaltación, pensó que podía ser una rata o valla a saber que cosa, pero luego se tranquilizo y decidió agarrar con su mano aquello que dormía en el fondo de la funda, y en el trayecto hacia el exterior su rostro esbozo una débil sonrisa, como sabiendo aun sin ver, lo que su mano rescataba hacia la superficie, como si lo trajera a la vida misma.

Una vez afuera y con el espacio en continua oscuridad, se reincorporo nuevamente y dirigiéndose al armario, abrió el tercer cajón, ese cajón donde ella guardaba sus cosas, solo había una media, olvidada, o dejada quizás por la falta de su compañera. El la tomo y la junto con lo que había extraído de la almohada, algo allí empezaba a funcionar metafóricamente, quizá no para ninguno de nosotros, pero si para el.

Pensó que por su culpa algunas cosas habían pasado 8 meses sin tocarse, sin acompañarse, sin darse calor. Prendió el velador manchando de un amarillo débil un esquinero de la habitación y miro alrededor, una sonrisa se le dibujo en el rostro y agradeció. Solo el sabe quien era merecedor de tal agradecimiento, si la luz, las sombras o alguna otra cosa ausente en la escena vivida, o quizás represento la alegría de las medias luego de tanto tiempo sin sentirse. Por eso solo el sabe cuanto a cambiado su vida aquella noche.


martes, 27 de marzo de 2012

Algunas consideraciones sobre la "Palabra"

He notado que las gentes (me incluyo) arranca las oraciones con la palabra “creo” o en su defecto “creo yo…” tal cosa, quizá a manera de pre-defensa, previniendo el siempre usual ataque de un otro, con frases frecuentes como “para todo tenes una opinión” o “vos si que te las sabes todas” o cualquier otra similar que, a diferencia de palabras, igual significado.


Esa especie de escudo lingüístico da la ilusión de que todo aquel que escuche lo que estamos por desarrollar entienda que, aquello no es la elaboración de una verborragia acelerada producto del tiempo de la fluidez, ni tampoco el logro de un trabajo de elucidación y construcción de conocimientos, sino solo la puesta en escena de aquello que, a su criterio “cree” que es lo que debe decir.
Es de esperar también que, luego de una construcción de ese tipo basada en la creencia, se produzca una posible batalla lingüística entre aquellos que defienden esa creencia y entre aquellos que no, o que mas bien han construido otra creencia sobre una misma situación. He aquí uno de las engaños de este tipo de formulaciones “apalabradas” ya que tendemos a confundir o mas bien a endilgar este tipo de conflictos a las palabras y sus significados, desviando con ello el foco del conflicto, que no es otro que la constitución de un “yo” palabristico cimentado en creencias, que produce la carga de una defensa posterior y constante de aquella creación que es nuestra, y como tal sentimos que, todo aquel que no coincide con ella, no coincide con nosotros.

Las palabras son la base fundamental de la comunicación social, es la manera en la que todos permanecemos ligados, conectados, y en constante creación-limitación. Cuando tendemos a defender aquellas construcciones, ya sean nuestras o ajenas, sin entender cual es la finalidad de las palabras, caemos en fronteras difíciles y cenagosas, espacios de no-construcción, transpolamos un error humano en un error lingüístico, nos liberamos de culpa y caemos sobre las palabras que nosotros construimos para comunicarnos, creamos problemas entre personas y no diferenciamos que hay algún problema en la forma en que nos estamos comunicando, ya sea de emisión o de recepción.

De ahí se define que, la palabra es una herramienta fundamental para nuestra cultura, pero trabaja de dos maneras, como limite-fundante y como limite-limitante, por eso es vital la importancia del uso que se le de, para poder entender lo que decimos cuando estamos diciendo.

La construcción de realidades basadas en la palabra es tan variada que ni la podemos imaginar, muchos intentan constituir una especie de mensaje común, una construcción social compartida se podría decir, pero ella nunca puede esconder su imagen viciada que la vincula a ciertos grupos de interés que intentan dominar a través de lo que se comunica, las ideas que se deben tener de la realidad.

Cuando se producen choques violentos, enfrentamientos virtuales de realidades opuestas construidas mediante la palabra, es cuando se siembra la duda de que no todo lo que es nombrado es real, sino una construcción que persigue una realidad distinta a la de nosotros (teniendo siempre en cuenta la diferencia entre real y realidad). Esto da lugar a otras estrategias del lenguaje como son las metáforas, muchas veces utilizadas para descifrar situaciones, disfrazándolas de palabras para que parezcan otra cosa. Son construcciones que permiten alivianar estos enfrentamientos de palabras, y logran muchas veces confundirnos, haciéndonos creer que nuestra realidad también es la de otros, borrando ciertos limites y atrapándonos en una construcción cuasi-social, a la que luego también viene ligada una especie de culpa moral, que pisotea nuestra Ética y nos hace vivir mas en un estado de miedo-compromiso que de deseo y placer.

Cuidar nuestras palabras es cuidarnos como sujetos, ellas nos brindan la posibilidad de expresarnos, si no la defendemos y la desarrollamos, luego seremos la expresión de ese descuido, al menos en nuestra relación con los otros, siempre presentes en nuestra constitución subjetiva. “La mirada del otro me define” decía Sartre.., y en esa frase encuentro una ves mas, la imposibilidad de la existencia sin  un otro.

viernes, 17 de febrero de 2012

Un día como tantos

Hoy me descubrí entupido, inocuo y sin sentido


Quizá hoy no fue el mejor día para reencontrarme conmigo mismo

Pero fue el día que nos toco, a el y a mi, una misma cosa los dos

Confundidos en el imaginario, en el propio o en el ajeno

Pero perdidos al fin, o al inicio, no lo se.



Habito espacios intensos y otros no tanto

Como deambulando entre la noche y la mañana

Vivencio experiencias profundas y otras menos

Que se asemejan a no se que cosas



El verme en otros, a veces no me es grato

Más bien me muestra mi ingratitud con la vida

El sentirme querido me aleja de la luz

Como un animal salvaje temiéndole al fuego



Me miento y me excuso en el instinto de sobrevivencia

Y el amor? Que instinto es ese que acallo, que me mantiene vivo

Es mi razón que lo disfraza, con las ropas viejas de la cordura

Es mi sinrazón quien lo impulsa a latir más alla del pecho



Algunas veces me pienso, y me río

Algunas veces me imagino a otros pensándome

Y me río aun más

Otras veces me pierdo en el estío, sin necesidad de pensar.



La vieja de la calle asfaltada sigue regando

Aunque las complejidades aumenten a diario

Otro viejo vende cuadros, feos, sin técnica

Pero los vende desde sus ojos, brillosos.



Ya no se ni lo que digo, el día a sido largo

Mejor me acuesto así descanso

Pero a veces me pienso

Y me río.