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miércoles, 11 de julio de 2012

Entre Pares

Sonaban absortas las notas perdidas de una música lejana, la noche era dolorosa, una noche como tantas repetidas, de insomnio mezclado con dolores de cabeza, entresueños mezquinos, que solo poblaban la sala de angustia y oscuridad.

Aquel hombre decide sentarse en un borde de la cama, sin luz, y comienza a caminar por la casa con una extraña sensación, quizá la misma de aquellos que han perdido la visión, de ir a los tumbos por el lugar. Lejos de causarle miedo, esto le dio un sabor dulzón como de alegría, y empezó a desplazarse por todos los espacios de su vivienda intentando conectarse con cada uno de ellos, aprendiendo a deslizarse sin golpear nada, sintiendo la energía de cada rincón, que se volvía mágico sin luz, solo el espacio y su presencia. En algunos lugares tuvo ganas de llorar, lo invadía en el pecho un ardor agridulce, pensaba lo mucho que tenia y lo poco que disfrutaba, esto lo angustiaba aun más. Descubrió que era un hombre incapaz de disfrutar, no estaba en su esencia, no lo sabia hacer, y eso lo hacia muy infeliz.

Pensó que esa era una buena noche para cambiar, desde su interior, desde esa oscuridad que había hallado, para encontrarle luz a cada rincón, a cada espacio, a cada cosa. Supo también que esa no era una decisión tan liviana que con solo pronunciarla empezaría a gobernar la estadía de su cotidianidad, debía tomar el protagonismo de su vida para que ello sucediera, lo sabia, y esto lo asustaba. Ya vivió muchos años de la misma manera, naturalizando su cuerpo a la costumbre de los penares, no seria fácil cambiar cosas de un día para otro. Pensó en hacer de ello algo metódico, darse tiempo para atravesar esos cambios y hacerlos cuerpo, verse siendo de esta manera nueva que el suponía que le gustaría ser.

Se sentó de nuevo en la cama, siempre a oscuras, y recordó que ya hacia 8 meses, 8 largos meses que ella ya no estaba al otro lado de la almohada. Sus ojos se humedecieron nuevamente como tantas noches. Eso también debía cambiar y eso era lo que mas le dolía, se había acostumbrado a aquella dulce sensación de extrañarla, ya era parte de sus días (y noches claro).

Se recostó nuevamente y sin darse cuenta su mano se metió entre la funda de la almohada y sus dedos alcanzaron a tocar algo tibio. Su primera sensación fue de exaltación, pensó que podía ser una rata o valla a saber que cosa, pero luego se tranquilizo y decidió agarrar con su mano aquello que dormía en el fondo de la funda, y en el trayecto hacia el exterior su rostro esbozo una débil sonrisa, como sabiendo aun sin ver, lo que su mano rescataba hacia la superficie, como si lo trajera a la vida misma.

Una vez afuera y con el espacio en continua oscuridad, se reincorporo nuevamente y dirigiéndose al armario, abrió el tercer cajón, ese cajón donde ella guardaba sus cosas, solo había una media, olvidada, o dejada quizás por la falta de su compañera. El la tomo y la junto con lo que había extraído de la almohada, algo allí empezaba a funcionar metafóricamente, quizá no para ninguno de nosotros, pero si para el.

Pensó que por su culpa algunas cosas habían pasado 8 meses sin tocarse, sin acompañarse, sin darse calor. Prendió el velador manchando de un amarillo débil un esquinero de la habitación y miro alrededor, una sonrisa se le dibujo en el rostro y agradeció. Solo el sabe quien era merecedor de tal agradecimiento, si la luz, las sombras o alguna otra cosa ausente en la escena vivida, o quizás represento la alegría de las medias luego de tanto tiempo sin sentirse. Por eso solo el sabe cuanto a cambiado su vida aquella noche.