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sábado, 13 de agosto de 2011

Postales de Ergo Marconi

Ergo y el árbol

Se sintió con la necesidad de saludar a un amigo y hacia allí partió Ergo Marconi, hacia su infancia. Ya no transita mucho aquellos lugares, aquel barrio de su querida ciudad,  pero aquel amigo aun vive por esas calles, tan suyas de madrugada, tan calidas en horas de siestas veraniegas de antaño. Eran calles de tierra, polvorientas y magníficamente preparadas para los espectáculos futboleros, un par de cascotes o alguna campera que emulaban ser los postes de un arco, una pelota cualquiera (a veces algún papa se jugaba y conseguíamos una buena, de cuero) y se rociaba la cuadra de magia, tacos y malabares. Claro esta que a las vecinas no les gustaba nada aquello, temiendo alguna rotura de vidrio o rezongando por la polvareda que se levantaba cuando algún cruce de piernas se daba violentamente.
Lo cierto es que ahora en esas calles hay asfalto, los veranos se mitigan con aire acondicionado y toda la mística que Ergo Marconi recuerda mientras maneja su coche ya no existe, no existe en la realidad claro, mas nunca dejara de habitar en su recuerdo y el de cada uno de los chicos que compartían aquellas siestas interminables. Ergo recuerda las vacaciones de verano, como puede ser que tres meses parecían una eternidad, se ríe por dentro, pensar que ahora solo tiene libre un par de semanas al año, que por otro lado se le pasan como una brisa de otoño.
Al llegar pasa por el frente de su antigua casa y siente la necesidad de frenar, siempre desde dentro del auto mira aquella portada, una casa sencilla de plan de vivienda, la fachada no era la misma, le cambiaron la ventana por una mas amplia y la pintaron de un color que a su madre no le hubiese gustado nada, tiene rejas, muchas rejas. A la vista ya no le parecía su casa, aquella en la que vivió casi 20 años. De pronto siente una presencia , le corre un calor por su espalda como cuando uno se encuentra con alguien que hace mucho no ve, hace foco con su mirada unos ocho metros hacia delante y lo ve, firme como siempre, un poco deshojado debido a la época del año,  estamos en pleno invierno. Era un árbol de Acacia bola de copa bien grande  y elevada,  el es el que ha estado aquí todo este tiempo que yo no estuve –pensó Ergo Marconi- el es el vigía de la casa, el sabe todo lo que paso y pasa por estos lados, el me ha visto salir  mil mañanas hacia la escuela, el se nos ha ofrecido siempre de una manera generosa como parte de un arco de futbol, para que podamos jugar un 25 o alguna aguerrida final en definición por penales.
Emocionado Ergo bajo del auto y se acerco al árbol, -Tendría que haberle puesto un nombre pensó-  le temblaban las piernas como cuando esta uno frente  a alguien sin saber que decirle, como queriéndose disculpar de algo que ni siquiera sabe si es culpable, temía que se le escapara una lagrima, se reprimió el deseo de abrazarlo, se sintió observado, quizá algunos vecinos lo estuvieran campaneando desde alguna ventana, esto era muy común en el barrio, al menos en su recuerdo. Quería compartir tiempo con el pero sus estructuras no se lo permitían, entonces fue hasta el auto y levanto el capot en seña de que algo funcionaba mal, saco un cigarro y simulo un descontento por la avería del vehiculo, prendió el cigarro y se apoyo sobre la Acacia, se sintieron nuevamente, el le trasmitió cuanto lo había extrañado y le agradeció por los recuerdos, el árbol nada hubo dicho, solo siguió en su lugar, viendo a Ergo Marconi una ves mas fingiendo sus encuadres, buscando una forma camuflada que lo haga sentir lo que  en realidad necesita. Allí estuvieron al menos veinte minutos, Ergo bajo el capot y arranco lentamente, como aquel que se va de donde no quiere irse, el árbol se quedo mirando, inmutable, la pasividad de la cuadra.

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